UNION NACIONAL DE TRABAJADORES

 

Encuentro para la Transición Democrática con Justicia y Equidad

 

 

Muchas gracias, muy buenas tardes, antes que nada quiero agradecer a los organizadores su invitación para estar con ustedes y por supuesto a todos ustedes su atención. Entiendo que acaban de salir de una deliberación que intenta poner la agenda social de nuevo en el centro de la discusión pública. Estoy convencido que el sentido profundo de la democracia es precisamente eso, que los problemas, que los diagnósticos, se pongan en la mesa de la discusión, que tengan suficiente visibilidad pública, de tal suerte que seamos capaces de atenderlos; sin embargo, cuando se me invitó amablemente estar con ustedes a mí se me pidió que hablara sobre el proceso de transición democrática en nuestro país y de la coyuntura que hoy vivimos, de tal suerte que voy a leer algunas notas en ese sentido:

A lo largo de un poco más de 20 años, el país se vio involucrado en una espiral constructiva en el terreno político. Sus principales fuerzas y las corrientes más profundas, si bien desataron conflictos y desencuentros sin fin, fueron capaces de concurrir a un esfuerzo mayúsculo: el de edificar un escenario legal e institucional para que la diversidad política pudiera expresarse y competir y convivir de manera pacífica.

Fue una etapa cargada de tensiones que se convirtieron en el acicate para abrir el espacio institucional a la pluralidad, de innovaciones constitucionales y legales recurrentes, con el fin de aclimatar el debate y la contienda entre contrarios, de creaciones institucionales para ofrecer garantías a la diversidad, de fenómenos inéditos que modificaron radicalmente el mundo de la representación política, en una palabra, se trató de un tránsito democratizador que se convirtió primero en el horizonte de las principales fuerzas políticas y luego, en una realidad explotada y vivida por todos.

El reclamo democratizador de 1968 y la respuesta represiva con la que se pretendió aplastarlo, fue seguido de una conflictividad creciente en muy diversos campos, en las universidades, en los sindicatos en las organizaciones agrarias y populares, e incluso con la irrupción de una guerrilla urbana y otra campesina, lo que demandaba reformas capaces de ofrecer un cauce institucional a esa diversidad de expresiones que no se reconocían ni deseaban hacerlo en un sistema político vertical y prácticamente unipartidista.

La reforma de 1977 reconoció esa realidad y mediante la apertura del sistema hacia las corrientes políticas a las que se mantenía artificialmente marginadas e inyectándole pluralidad a la Cámara de Diputados abrió las puertas del cambio: construyó así un cauce para empezar a transformar el autoritarismo en democracia. Durante los primeros años, la diversidad ideológica empezó a tomar cartas de naturalización, la convivencia entre adversarios se extendió, aparecieron y se fortalecieron los brotes de auténtica competencia, en fin, no sin agudos conflictos, el horizonte parecía claro: O espacio para todos o desgaste interminable. La fase más intensa de ese proceso transformador se vivió entre 1988, unas elecciones realmente competidas bajo un marco legal e institucional que no permitió el juego limpio y la reforma de 1996.

En esos años, que se vivieron al borde del precipicio, gobiernos y oposiciones fueron capaces de construir instituciones y procedimientos que garantizaron la imparcialidad, condiciones de la competencia medianamente equitativos, conductos para dirimir los diferendos con altos grados de certeza, fórmulas para integrar los cuerpos legislativos, puertas de entrada y salida para nuevas ofertas políticas y un diseño democrático para el gobierno del Distrito Federal. Visto de manera panorámica, se trató de una espiral constructiva, que logró sintonizar el mundo de las instituciones políticas a la pluralidad que recorría y recorre a la Nación. Ello fue posible porque los principales actores comprendieron que solo el formato democrático ofrecía las condiciones para su convivencia pacífica y su competencia política, y porque fueron capaces de impulsar y diseñar las reformas necesarias.

Quien hoy compare el mundo de la representación política con lo que sucedía hace 20 años encontrará evidencias de sobra: presidentes municipales de partidos distintos conviviendo con gobernadores diversos, fenómenos de alternancia en todos los niveles dependiendo de los humores públicos, congresos plurales, muchos de ellos sin mayorías absolutas, inexistencia de ganadores y perdedores predeterminados, presidencia de la República acotada por una densa pluralidad instalada en el congreso y los gobiernos estatales. En fin, la diversidad política implanta en la sociedad, encontró un espacio institucional para su recreación y coexistencia, a esa etapa algunos le hemos llamado de "transición democrática" y se trató de una espiral virtuosa que permitió sintonizar al mundo de la política institucional con el país real.

Pero la democracia no es una estación terminal, menos un imposible espacio idílico. La democracia porta sus propios problemas, su agenda está cargada de nuevos retos y precisamente la colonización del espacio estatal por una pluralidad viva y con arraigo, plantea con su sola existencia dificultades antes impensables.

  1. El problema de la gobernabilidad aparece con toda su crudeza y por ello es necesario afrontarlo, permítanme una ilustración: casi toda Europa vive en regímenes parlamentarios, América Latina y Estados Unidos tienen regímenes presidenciales, en los primeros, el gobierno surge del parlamento y se requiere por lo regular el respaldo de una mayoría absoluta de representantes, entre nosotros, el presidente y el congreso surgen de procesos electorales simultáneos pero independientes.

En el parlamentarismo es necesario contar o construir una mayoría para edificar al gobierno; en México, primero se llega al gobierno y luego hay que descifrar la fórmula para construir una mayoría congresual que apoye la gestión presidencial. Quienes plantean como solución la segunda vuelta para la elección presidencial se equivocan en el diagnóstico y en la receta, arribar a la presidencia con menos del 50% de los votos no representa un déficit de legitimidad, tampoco será con recetas nostálgicas o con añoranzas del autoritarismo como se podrá afrontar los nuevos retos: el problema se encuentra en otro lado, en la falta de respaldo del gobierno tiene en el congreso, por ello, porque para gobernar se requiere de una mayoría estable en el legislativo y cuando esa mayoría no surge de las urnas es necesario construirla, hay que pensar en una cirugía mayor y en esa dimensión, la del régimen político, quizá pueda encontrarse las claves para la necesaria gobernabilidad democrática. Creo que estamos a tiempo de realizarla porque en principio pueden ser beneficiarios cualesquiera de los partidos que se enfrentarán en el año 2006, es decir, dado que las próximas elecciones federales serán auténticas, dado que ganadores y perdedores no están definidos con antelación, dado que las fluctuaciones en los humores públicos pueden hacer triunfadores a unos u otros, parece que estamos en el momento adecuado para emprender un cambio mayor en el régimen político capaz no solo de cobijar a la pluralidad política que invadió a las instituciones estatales, sino de ofrecerle gobernabilidad a la Nación e insisto, ello es posible porque conviene a todos.

Más allá de la neblina que produce la política de baja calidad y el ruido sistemático de los medios, las elecciones del próximo año deberían, creo yo, observarse con altos grados de certeza. Están dados hoy todos los elementos para que México vuelva a vivir unos comicios abiertos, competidos, pacíficos y en los cuales las diferentes fuerzas políticas desplieguen todos sus derechos y ejerzan todas sus libertades, es decir, para que las elecciones sean de nuevo un espacio donde la pluralidad política mexicana demuestre que es capaz de convivir y competir de manera ordenada. Se escribe fácil, pero ha sido una construcción lenta, compleja y creo yo que espectacular. Al parecer, se está despejando la ominosa sombra de la inhabilitación de Andrés Manuel López Obrador como candidato a la presidencia en los comicios del próximo año, esa iniciativa de exclusión hubiese tenido por lo menos tres derivaciones perversas, exclusión, polarización artificial de la sociedad y deslegitimación de la propia contienda electoral.

Exclusión. La historia política reciente del país puede observarse como un esfuerzo por integrar a todas las corrientes políticas significativas al marco legal e institucional. Desde la reforma del 77 la capacidad de atracción de la vía electoral no ha hecho sino crecer y uno de sus frutos mayores es que la diversidad de opciones que hoy coexisten de manera institucional y pacífica en el país están ahí. La inhabilitación del que parece ser el candidato más fuerte del PRD hubiese sido, desde esa perspectiva, no solo un retroceso sino un momento de inflexión cuyos resultados serían difíciles de prever.

Polarización. Los efectos de una decisión de esa naturaleza aparecieron de inmediato, la polarización de la sociedad y de la sociedad política en un formato que no corresponde a la diversidad de opciones que coexisten en el país. Se trataba de una polarización artificial pero que podría haberse naturalizado si la insensatez y el inmediatismo se hubiesen impuesto. En las familias, las mesas, los centros de educación, las fábricas, los ejidos, las empresas, estaba en curso una polarización que sólo convenía a las posiciones extremas, a las que desearían volver a un sistema de gobierno-oposición, sin puentes de contacto y que se sienten a gusto generando espirales de desencuentro.

Deslegitimación. Mucho le ha costado al país construir procesos electorales confiables que sirvan para lo que los libros de texto dicen que están diseñados, es decir, para edificar gobiernos legítimos y para permitir que una sociedad cruzada por la diversidad política no se desgarre. Si para las elecciones federales del 2006 las diversas corrientes políticas no hubiesen llegado con todo su equipamiento y con lo que consideran sus mejores propuestas, el proceso estaría acompañado por diversos grados de duda y de incredulidad.

Es más, incluso los ganadores quizá serían los que tuviesen que vivir de manera permanente con la sombra de un proceso comicial en mayor o menor medida deslegitimado. Si esa sombra, si esa intención de descabezar a una de las principales fuerzas políticas del país, si eso hoy está rebasado, creo que podemos afrontar las elecciones del próximo año con un cierto optimismo, tenemos partidos políticos fuertes y con arraigo, en su diversidad ofrecen a los electores diferentes opciones, serán los referentes obligados de la contienda y aunque más de uno tiene problemas agudos para la designación de su candidato, al final serán los conductos para la postulación de todos los contendientes.

Habrá candidatos que despertarán la simpatía y la antipatía de amplias franjas de la población, pero en conjunto expresarán las diversas plataformas y de sensibilidades que coexisten en México; tejerán sus redes de relaciones, diseñarán sus proyectos, viajarán por el país, harán fuertes campañas de difusión, es decir, serán la encarnación de distintos proyectos políticos.

El organizador y árbitro electoral, el IFE, cuidará que cada uno de los eslabones del proceso funcione adecuadamente: desde el padrón hasta el programa de resultados electorales preliminares, pasando por la capacitación de los funcionarios de casilla, etc., garantizará que sea el voto y solo el voto de los ciudadanos el que decida a los ganadores y perdedores. En caso de diferencias entre los partidos o de éstos con el IFE, contaremos con una vía jurisdiccional para resolverlos, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación está ahí precisamente para desahogar cualquier conflicto y los partidos han reconocido que esa vía es la única a través de la cual se pueden resolver las diferencias.

Además, los medios de comunicación realizarán una cobertura amplia y espero que balanceada de las campañas. Más allá de la calidad de esa cobertura, lo cierto es que la pluralidad aparecerá en las pantallas de televisión, en las estaciones de radio y en las páginas de los diarios y revistas. La época de los medios alineados con el oficialismo creo que es historia. Además diferentes agrupaciones civiles realizarán observación de las elecciones y contribuirán a colocar un candado más para multiplicar la certeza y la confianza en las mismas.

Además los ciudadanos votarán por millones y decidirán quién será el presidente y cómo se integrará el nuevo congreso. Cientos de miles serán además funcionarios de casillas y varias decenas de miles participarán como activistas en las distintas campañas. Es decir, más allá del catastrofismo inercial tendremos unas auténticas elecciones, es decir, animadas, tensas, competidas, significativas y espero, con alta participación.

La fortaleza de la democracia radica en reconocer que en el seno de una sociedad pueden y deben coexistir fuerzas políticas diferentes e incluso encontradas y que son los electores, es decir, los ciudadanos, los que deben decidir cuál de ellas debe gobernar. Repito, tenemos como país todo para celebrar un nuevo episodio del avance democrático en nuestro país que tantos esfuerzos costó construir. Es necesario entonces, llenar de contenido, de contenidos sociales las próximas elecciones. Muchas gracias.

 

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